Sensualízate: Una nueva ilusión... 2ª parte




SENSUALÍZATE: Una nueva ilusión 2ª parte.

...“El momento ha llegado”, repetí varias veces para mí, en un intento de despertar de mi letargo cobarde, pero la presión en mi pecho, el cual subía y bajaba con violencia me decía que algo no iba bien.
De ese modo, en mi cabeza repasé rápidamente las normas y sugerencias de presentación que estudié en el manual “¿Cómo ser una vendedora de aparatos sexuales y no caer en la ordinariez?”, nombre con el que bauticé al “Manual Sensualízate S.L.” que me entregaron junto a mi maleta y su gran repertorio de aparatos eróticos. Así, recordé la de veces en que había usado a mi gato como público durante los tres últimos días. La de veces que había abierto y cerrado la maleta a solas para tratar de familiarizarme con aquellas… cosas… ruborizándome incluso estando a solas. Y si todo eso había pasado en la privacidad y soledad de mi casa ¿cómo iba a ser capaz de impedir que me temblara la voz, el pulso y hasta el alma delante de todas aquellas mujeres? ¡Un cincuentena nada menos! 
Mi nerviosismo aumentó hasta el punto en que me arrepentí de no haber tomado un par más de chupitos de tequila, me daba igual que fuera la hora del Brunch (como se solía llamar a esa hora entre el desayuno y el almuerzo en algunos países anglosajones), o tal y como había bautizado Carmen a esa reunión: reunión de Brunchsex. Restregué las palmas de mis manos en mis vaqueros tratando de secar su sudor y me fijé en mi amiga, en el arrojo y soltura del que gozaba. Ella no tenía problemas a la hora de hablar en público, decir lo que pensara o actuar como creyera oportuno; su sentido del ridículo era nulo y yo en aquel momento envidiaba su desparpajo. 
Con disimulo me fui escondiendo tras los pliegues de la tela de su vestido, así como si fuera una niña pequeña que se avergüenza cuando alguien le dirige la palabra. 
Carmen, extrañada por mi actitud, hacía grandes esfuerzos por alargar su discurso mientras trataba de apartarme con patadas y pisotones para devolverme a mi sitio, hasta que se giró levemente y descubrió el pánico en mi cara, mostrándome una mueca severa de desaprobación. 
–Un segundo, por favor –se disculpó sonriendo ante el gentío–, creo que a la especialista se le ha caído una lentilla. Cosas del directo –soltó un par de carcajadas súper creíbles y se agachó junto a mí, quedando así las dos escondidas tras la mesa.
–¡¿Qué coño haces?! –Me recriminó muy enfadada entre susurros.
–Lo siento Carmen, pero esto me supera, siento que me voy a desmayar –contesté en apenas unos murmullos casi ininteligibles debido a mi respiración sofocada.
–¡Y una mierda! –exclamó cuchicheando para enseguida erguir la cabeza y sonreír al resto de mujeres– Ya casi está chicas –luego se volvió a poner a mi altura y pude comprobar que lo pijo, posh y elegante  de mi amiga se había esfumado–. ¡No se te ocurra desmayarte ¿me oyes?! ¡Vas a coger, levantarte, disimular tocándote el ojo como si hubieses encontrado la puta lentilla y vas a hacer la jodida reunión de tuppersex!
–Pero yo… esto… Carmen, yo no soy tú. Yo no puedo evitar ser así.
–Hoy sí lo harás, uno porque no tienes un jodido euro y dos porque no me vas a dejar en ridículo –seguidamente, tras respirar profundo unas cuantas veces sus labios se contrajeron hasta quedar en una fina línea y sus ojos me miraron entonces con comprensión, cosa que agradecí–. Lucía, tranquila –tomó mis manos entre las suyas con cariño–. A ver, es normal que te sientas abrumada por la situación, pero querida, no tienes de qué preocuparte, estas mujeres no están aquí para juzgarte, ellas sólo quieren divertirse y estoy segura de que tú les puedes dar eso que buscan. Cariño, mírame –pronunció mientras tomaba mi barbilla entre sus dedos y me animaba a mirarla–, tú sólo tienes que decir el nombre del producto y su funcionalidad, el propio cacharro hará el resto. Piensa en esto e interiorízalo, cielo: son sólo productos. Venga, yo confío en ti y no me voy a apartar de tu lado y si tengo que echarte una mano lo haré sin lugar a dudas. Espera aquí un segundo que te voy a traer un vaso de agua ¿vale?
Asentí con la cabeza algo más convencida, no sabía porqué pero Carmen tenía el don de darme la entereza y seguridad de las que no gozaba por naturaleza. Sin embargo, tal y como ella me había sugerido me esperaría allí, al resguardo de los bajos de la mesa, donde nadie pudiera ser testigo de mi vergüenza. Yo también creía en mi amiga, y sabía que lo que había dicho era cierto, y si tenía que echarme una mano porque me quedara bloqueada lo haría. 
Mientras esperaba pensé en aquello que me había sugerido, en interiorizar que en mi maleta sólo había productos, que yo sólo era una vendedora más que se buscaba la vida y que frente a mí sólo habían personas que buscaban mis servicios. Yo era como la dependienta de una tienda ambulante. Aquello la verdad es que me sirvió.
Un minuto después apareció la anfitriona junto a mí y tras volver a disculparse con la concurrencia, que hacía rato que se había puesto a conversar ignorando por completo mi “pequeño accidente con la lentilla”, se acuclilló a mi lado y me entregó el vaso.
–Bebe, rápido. Vamos a comenzar con esto. Cuánto antes empecemos, antes terminaremos ¿verdad?
Volví a asentir más convencida que antes y haciéndole caso ciegamente, apuré el vaso casi sin respirar comprobando que no era agua sino el mismo tequila de antes pero en ración multiplicada. Resoplé con las lágrimas saltadas por la fuerza con que el licor había entrado por mi garganta, quemando todo a su alrededor. Miré a Carmen con los ojos desorbitados pero agradeciendo su pequeña travesura, puesto que lo necesitaba muy mucho.
Carraspeé un par de veces y aspiré otras tantas con profundidad. Carmen a parte de ayudarme a poner bien mi camiseta blanca de algodón que dejaba uno de mis hombros al descubierto, también me ayudó a incoporarme. Mostrando de nuevo la elegancia de la que siempre hacía gala, disculpó mi apariencia alegando que se me había irritado el ojo al ponerme la lentilla y, así, después de unos segundos en los que me zumbaron los oídos, se me quedó la boca seca y casi me meé encima, me presenté ante la sala como Lucía, representante de la empresa de productos sexuales “Sensualízate S.L.”. 
Gracias a Dios, el tequila comenzó pronto a hacer efecto, para mi suerte sólo en lo relativo a mi vergüenza que se convirtió en desvergüenza, y no en mi pronunciación, al menos eso creía. La cosa iba como la seda, las mujeres no paraban de sonreír, al tiempo que también reían con las ocurrencias de Carmen, la cual no dudaba en dar su opinión públicamente a cada producto que mostraba, como por ejemplo: “mmmmmmm… uffff… ese ya lo he probado y lo recomiendo encarecidamente” o “interesante, ese otro me lo apunto, tiene que ser una bendita tortura”, incluso “este será el regalo de mi marido para esta noche”.   
Los juguetes eróticos se pasaban de unas manos a otras provocando carcajadas nerviosas entre las asistentes. Mi mirada volaba entre las chicas, tratando de escuchar qué opinión tenían sobre lo que palpaban, olían y veían y así aprender qué productos gustaban más o menos para después rellenar el cuestionario que debía presentar en la empresa tras cada reunión. 
Fue entonces cuando estando sumida por completo en mi trabajo, el movimiento de unas cortinas movidas por el viento al fondo de la sala, lugar bastante alejado del núcleo de la tertulia, llamó mi atención. Metros de tela incalculables debido a la altura del techo y los  ventanales que rodeaban el salón, que antes descansaban pegadas a los cristales flotaban etéreas creando una imagen mágica. Ajusté un poco más la vista al creer intuir una figura que se emborronaba tras la semitranspariencia del tejido inmaculado. Algo especial se había despertado en mí, quizá fuera curiosidad, fuera lo que fuese, la realidad era que no podía apartar mis ojos de aquel lugar. Por fortuna, en aquel momento me estaba tomando un descanso mientras las asistentes catalogaban los productos, puesto que estaba segura de que sería incapaz de pronunciar una sola vocal. Mi mirada seguía clavada en aquel lugar donde poco a poco, tras adecuar mis ojos a la luminosidad que entraba por el lado opuesto y que intensificaba la magia con su colorido, pude afirmar que aquella figura que creía intuir era real, por lo que alguien había sido el que había provocado el despliegue de las cortinas al abrir la puerta de aquel ventanal para entrar en la sala. 
Vi cómo el tejido se iba calmando volviendo por ello a su lugar, seguramente debido a que aquel individuo cerró la puerta, y esa figura que antes tan solo intuía tomó forma de golpe, presentando a un varón vuelto de espaldas, vestido con un pantalón largo color camel y una camisa blanca que llevaba arremangada a la altura del codo, junto con unos pies descalzos. No podía dejar de mirar, aunque lo intentaba no podía, era imposible alejar mis pupilas de aquel ser tan perfecto. Sin poder remediarlo estudié con detenimiento su cuerpo. Tenía la espalda ancha, obviamente curtida en el gimnasio o pudiera ser que en la piscina que había visto en el enorme jardín, enseguida fantaseé con poder abrazarla y asegurarme de que no sería capaz de tocar mis manos frente a su pecho. Seguí bajando y me encontré con una cintura más estrecha donde seguro se marcarían unos abdominales que acabarían con la buena reputación de las tabletas de chocolate de la mejor marca Suiza. Su trasero invitaba a pellizcarlo, para así comprobar que estaba tan terso como aparentaba. Un suspiro de resignación al comprender que eso nunca pasaría y que todo era producto del ambiente subido de tono por mis explicaciones sexuales, salió de mi garganta más fuerte de lo normal, llamando la atención de las asistentes. Como pude traté de recomponerme y miré hacia un lado en busca de Carmen, sin embargo, no estaba, al parecer se había ausentado mientras yo me había quedado en Babia.
Con cautela mis ojos traviesos y desobedientes volvieron a buscar el lugar donde había dejado al hombre que había zarandeado por unos segundos mi saber estar y allí lo encontré, para mi perplejidad mirándome fijamente, mostrando una sonrisa socarrona y picante, una mano en el bolsillo y otra portando sus zapatos; era guapo hasta decir basta, de una belleza varonil muy marcada, era de esos hombres hombres, nada de esos que tienen una belleza delicada. Aquel varón era justo lo que a mí me gustaba. Sin embargo, había un pero, un enorme pero… era joven, al menos más joven que yo, quizá doce o quince años. Justo lo que necesitaba para complicarme la vida. Como Carmen diría a nadie le amarga un dulce, pero ese dulce todavía tenía que madurar… Y no obstante, allí estaba el chico, con su mirada intensa, que a mis cuarenta y cinco años, nadie podía negarme que me estaba provocando, tan solo con eso, con su mirada y que entre los dos había química, así sin más, producto de la nada. Algo tan intenso en segundos. ¿Podría ser verdad aquello? 
–Lucía… Lucía… ¡Lucía! –Exclamó Carmen en un susurro junto a mi oreja.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de que mientras miraba al chico me estaba mordiendo el labio, y no por preocupación, qué va, me lo mordía con lascivia, con pasión, con deseo. Un deseo que llevaba mucho tiempo dormido y que aquel joven había despertado tan solo con su presencia. Entonces, una pregunta irrumpió en mi cabeza, ¿sería todo aquello producto del tequila que cabalgaba por mis venas?…

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